29 de enero de 2009

La cura

El perro de los vecinos (víctima de abandono) llora con desesperación por 12 horas continuas al día. Hace una semana, el mismísimo delegado hizo acto de presencia para ponerle fin a lo que un grupo de colonos no ha logrado resolver, sin embargo, la bestia trastornada sigue en súplica por un poco de atención –y cariño–.

Esta mañana, los aullidos del animal me han hecho recordar La historia del camello que llora, documental sobre un camello del desierto de Gobi, en Mongolia, que da a luz a una cría indeseada. La recién llegada al mundo no para de llorar, está inconsolable porque su madre le niega protección y alimento. La familia de pastores nómadas emprende un viaje para encontrar a un músico que cure el rechazo: el artista coloca un instrumento en el cuello del camello y lo toca hasta que las vibraciones sonoras sensibilizan al animal, que deja caer una lágrima en señal de compasión.

Mi anti lógica me ha hecho pensar en preparar una finísima selección musical para sanar a la bestia en sufrimiento, la cual titularé: La historia del canino que llora.

28 de enero de 2009

23 de enero de 2009

La isla

Construí una isla muy bella donde los peces se convertían en cabras, brincaban como ballenas y emprendían el vuelo por la selva. Hace unos meses, el poder de la autodestrucción alcanzó hasta el último rincón del paraíso, edificó una ciudad a la mitad de la isla para abrir puertas y ventanas a nuevos habitantes, donde en un principio sólo vivían dos. Murallas imaginarias, laberintos y, finalmente, el completo hundimiento de la isla en un mar de tristeza. Cada noche, insiste en salir a flote, algunos caballitos de mar se escabullen del agua, se elevan en burbujas y merodean frente a nuestros ojos.

Ya no quiero habitar tu isla para llenarla de aves y peces.

-Música vibra neuronas: Sufjan Stevens

20 de enero de 2009

Autotransformación

Hace más de un mes terminé de leer los cuentos de J.M. Servín y, no sé porqué, sólo dejé uno "para al rato". Esta mañana (ya con ganas de acabar Revólver de ojos amarillos) leí el que me faltaba, el único que habla sobre la infancia del autor, quien creció en Tepito, posteriormente se mudó a la Col. Juárez, a un departamento tan pequeño que tenía que compartir cama con sus hermanos y, años más tarde, a Nueva York y luego a París. Ahora que está en México, se ha dedicado a publicar relatos (no estoy segura de que sean cuentos) con un aire periodístico, de los cuales rescato uno, el que más me gustó: Tan amable, atento y educado, la historia de un hombre desempleado, borracho y un poco valemadrista en cuanto a su aspecto físico; pero un día, al llegar a su casa, encuentra a su mujer con otro hombre sólo físicamente igual a él. Lo que me gustó fue la manera en que el protagonista acepta la situación y empieza a vivir en una dinámica diferente. Concluyo que ambos eran el mismo hombre.

19 de enero de 2009

El Yo

Hoy me pregunté si realmente soy la que creo que soy. Los efectos del cansancio.

PD. Yo tomé esta fotografía, al igual que las anteriores (evidentemente a excepción de algunas), ah, y también la del pez.

Foto: tienda de marcos que está frente a mi ex lugar de trabajo. Se parece al espejo de la bruja malvada de Blancanieves.

18 de enero de 2009

Desalmado


Hace poco Lake Tahoe, la nueva película del director de Temporada de patos. Amé la locación, literalmente un rincón del país en el que todos los días parecen domingo; un pueblo fantasma donde los habitantes coexisten desde el interior de sus casas en luto permanente.

16 de enero de 2009

Por siempre tuya

Nicolás pierde el tiempo frente a la computadora. Se distrae, y piensa en su esposa:

Miriam se hace los rayitos y el manicure cada semana, tiene un don extraordinario con esas manos, sazona con experiencia y siempre tiene la mesa lista. Pinta y hace detalles decorativos para regalar o vender. La casa guarda un olor a baño que ofrecen los productos de limpieza que mi reina selecciona con cuidado y por horas; Lima limón, Fiesta floral y Pino del bosque son sus aromas preferidos. A falta de sexo, se complace a diario de pequeños placeres como el de rebanar lentamente una pera o admirar el burbujeo del aceite hirviendo. La freidora de papas, el cortador cuadriculado de frutas, el teflón de la sartén, las tijeras para la carne y el pollo o la batidora de claras de huevo le han robado el alma a mi mujer.

Sexhada

Catherine Opie es una fotógrafa norteamericana que alcanzó la fama en los años noventa con una serie de retratos sobre la sociedad underground californiana a la que ella también pertenece.

Sus retratos muestran –sin censura– a los personajes que forman parte de un segmento de la sociedad que se percibe como diferente. Drags, queens, quiers, homosexuales y transexuales posan frente a la cámara de Opie con una seguridad que cualquier individuo desearía alcanzar.

Sus retratos de identidad política –como ella los define– sobre las bolleras (lesbianas) “que llevan mucho tiempo metiéndose penes en los pantalones y poniéndose barba y bigote”, revelan la búsqueda de una identidad sexual que la fotógrafa gay (a quien le gusta que la llamen 'señor') ha explorado, e invitan al espectador a reflexionar sobre su propia identidad con la idea de que el ser humano tiene comportamientos tanto femeninos como masculinos.

A través de sus retratos sobre parejas gay que mantienen un hogar en el que se lava la ropa, se cocina y se educa a los hijos (como cualquier familia de origen heterosexual), Opie pone en tela de juicio los roles de género y el concepto de la familia ideal. Esta reflexión toma mayor fuerza con uno de sus autorretratos en el cual la fotógrafa se muestra semi-desnuda con un dibujo sobre la familia, diseñado por su hijo, y delineado en su espalda con los cortes de una navaja (una casa, nubes, y dos mujeres tomadas de las manos).

La fotógrafa estadounidense abre la intimidad de su hogar para permitirle al espectador observar su forma de vida, donde su pequeño hijo se viste con tutú y corona.

Mi abuela y yo

Recuerdo a mi abuela de labios pintados y bata rosa recostada frente a la televisión por horas, no por la televisión, sino por el gusto de permanecer sentada, hasta que mi madre anunciaba la hora de comer. Era entonces cuando íbamos por ella, la levantábamos entre dos, no pesaba, solamente tenía barriga de un gran bombón redondo e inflado, pero le gustaba caminar acompañada. La llevábamos al comedor pasito a pasito, y la depositábamos en su silla calculando la altura y la distancia como una fracción matemática con la mesa y la silla para dejar caer a la abuelita en el lugar correcto. Comíamos sin despegar un ojo de ella, no nos perdíamos el momento en que confundía a grandes cucharadas la sopa con la salsa y el cubierto con el dedo.

Terminada la comida hacíamos el mismo ritual para acomodarla en el sillón de su recámara, no sin antes observar su forma de ordenar perfectamente debajo de la manga todo un paquete de servilletas, algunas usadas y otras no tanto. Insistía en guardar hasta los últimos manchados pedacitos como si estuviéramos en alguna crisis global de papel.

Ésa era mi abuela, un par de conversaciones sobre la vegetación del jardín, la gracia de su mascota y el molesto aire helado que la despeinaba invariablemente. No siempre fue así, dediqué horas a sus fotografías gastadas para concluirlo.

Tenía casa y dejó de vivir en ella desde mi primera experiencia con la muerte. Sucedió cuando una mañana mi abuelo Valentín dejó de existir. "Se fue a descansar en paz", me dijo mi abuela, y yo comprendí que no volvería a verlo.

Lloré en su hombro, ella no soltó ni una lágrima, las reservó para la soledad de su cama, de su cocina y hasta de su baño.

Mi abuela lloró tal cantidad de gotas de lágrima que le fue reconfortante recordar a nadar. Yo ya lo sabía, lo descubrí en los rincones de la casa, ella había dejado pequeños botes de metal donde caían las últimas gotas del techo. Ese mismo día encontré al gato más raro de lo normal, le tomé la temperatura y lo tapé con una colchita tejida. El agua no es buena para los gatos.

"Cada vez está más fregada", decía mi madre. Acto seguido y después de una escala en el hospital por un grave incidente en el baño y el cerebro; mi abuela, el gato, la cama, la tele, la planta, el sillón, la ropa y los accesorios, estos últimos tan imprescindibles como Roco el diminuto perro ruidoso, fueron trasladados a mi casa. Baño incluído, tapete nuevo, junto al patio y dentro de una gran ventana habitaría mi abuela, dejando en claro la temporalidad del asunto. Mi abuela era como un pez de agua dulce y su casa era el único estanque posible.

Acostumbrada a la compañía de mi abuelo, no le quedó más remedio que conformarse con la agradable y constante presencia de una mujer de extraña procedencia, zapatos blancos de goma y rímel emplastado en cada ojo. "Profesionalmente capacitada para el cuidado" (de familiares ajenos), decía su solicitud de empleo. Habiendo acordado la relación entre el tiempo y el dinero, procedió a instalarse junto a ella y a llamarla 'madre' o 'mami' de cariño por supuesto.

Foto: mi abuela y yo en el sillón de la tele.

15 de enero de 2009

El Negro

A tantos años luz de mi romance adolescente, hoy volví (de camino al trabajo) a esa misma calle, aquella que evité por tanto tiempo porque quemaba como gotas de limón. Para algunos, una calle más, para mí, las paredes que tapicé con hongos de colores, las conchitas que colgaban del techo de la recámara, el frío que llegaba desde las parcelas hasta la ventana de madera hinchada, los viajes astrales con marihuana, Pink Floyd, el agua helada del río, borracheras de aficionado, el café amargo, salchichas con mayonesa, interminables discusiones religiosas, ajedrez, Gustavo Cerati, el camión con goteras, la lluvia en la playa y los pantalones rojos. Qué más podría pedir la pubertad.

13 de enero de 2009

Girls Don't Cry

La realidad y la ficción se entrelazaron para tejer los recuerdos de una infancia feliz o amarga (depende de la distorsión mental en que me sitúe). Me soñé bella, me ví como Mary Poppins, Blancanieves. Anhelé una boda, un príncipe azul, creí en hadas y naves voladoras. Ahora mi futuro se define como un acto de azar y un esfuerzo interior por acercarme a mi esencia. Mi naturaleza romántica me muestra un camino, mis impulsos autodestructivos imponen el suyo. Al final, la pureza de una niña que siempre tiene la última palabra.

Al rescate de las letras a lápiz:

March 10 winter 1993.
Querido diario:
Hoy me la pase muy dibertida en la escuela. Llegando de la escuela comi cosas ricas, hice mi tarea muy bonita y muy rapido. llego el maestro de guitara muy temprano luego sene guafles y despues me bañe me isieron mis trensas y fui a mi ropero a escojer libros para leer estaban muy interesantes despues apague mi lampara y me dormi.

March 11 winter 1993.
Querido diario:
Hoy no fui al balet porque hise puchero fui a clase de miss ana. me la pase muy mal. llegue de la escuela y comi comida muy rica fui a casa de fer y Jugue regrese y sene me tome la leche muy rapido y me dolio la pansa fui a escojer barios libros interesantes pero me aburi apague mi lampara y de repente me quede dormidota.

March 16 winter 1993
Querido diario:
Hoy regrese de la escuela con Bicy y despues comi mucho hice la mitad de la tarea me fui al balet y saliendo mi mama se encontro con miss gaby y dijo que bailamos muy vonito y por eso mama me compro estampas. despues vino el profesor de guitara despues hice la otra mitad de la tarea y me fui a dormir.

Foto: de nuestro viaje a NY.

12 de enero de 2009

Privacidad expuesta

Mi blog anterior pasó a mejor vida, pero algunas ideas quedaron suspendidas en el aire. Hoy salen a la luz y, naturalmente, se incorporan a Nostalgiadora.

Este es el cuarto de una anciana que vive en la ciudad de Oaxaca. La enorme ventana que da para la calle permite observar las fotos de sus nietos, el título universitario de su hijo, la fotografía de su boda, sus vírgenes y santos, las galletas que más le gustan, la carpetita que tejió y hasta la ropa que usó el día anterior. Esta recámara reúne la vida cotidiana, la intimidad y el pasado de una mujer que abre su ventana y muestra el interior a cualquier persona que camine por allí.

Foto: de cuando paseaba por la ciudad en busca de una tienda de manteles tejidos a mano.

Un salto al vacío

El 2009 llegó con sorpresas, y no estoy dispuesta a ofrecerle la otra. Me mostraré diferente, me mostraré.

-Uva uno: mi anti-cualidad hermética casi autista (amo hablar porque quiero) tendrá que tomar descanso para hacer un esfuerzo por compartir mi yo.

-Uva dos: volar ligero. Dejaré las ataduras, despediré a mis miedos y frenos. Aceptación pura. Brincaré al vacío con tacones.

Foto: los zapatos "de mis sueños" en el único aparador prendido. De cuando salimos de un bar neoyorquino.

11 de enero de 2009

Lágrimas de loto

Hoy domingo, tallarines humeantes –condimentados sin moderación–, vaso (al diablo las copas) con las sobras de la última botella de vino tinto de Navidad, tarde desértica y Tres estaciones (qué fotografía). Al final me dí el lujo de llorar un poco, no por la película, sino por la música de los créditos y la tristeza acumulada que infla los ojos hasta hacerlos explotar. El puro efecto de las gotas de la felicidad.

Despegue forzoso

Maté a mi blog anterior en un arranque de timidez (no quería que me leyeran), convencida de que podría crear uno nuevo. Me entusiasmó la idea de escribir resguardada bajo Nostalgiadora, quien me llevará a explorar paisajes luminosos y oscuros caminos para compartir un viaje a través de mis ojos -negros-. Seré cursi y caeré en todos los clichés (no puedo evitarlo).
Bienvenidos a bordo.