Hoy domingo, tallarines humeantes –condimentados sin moderación–, vaso (al diablo las copas) con las sobras de la última botella de vino tinto de Navidad, tarde desértica y Tres estaciones (qué fotografía). Al final me dí el lujo de llorar un poco, no por la película, sino por la música de los créditos y la tristeza acumulada que infla los ojos hasta hacerlos explotar. El puro efecto de las gotas de la felicidad.
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