24 de abril de 2009

Alerta roja y Mincho Stanchev Todorov

Hoy es día de paranoia nacional. Ya estoy contagiada de fobia, no pienso ni quiero salir de mi trinchera. El arrepentimiento de besos de aire, abrazos, intercambio de monedas y cigarros laborales ya hizo su efecto. Me bañé, me dormí y sí, me duele la cabeza de tantos atentados contra nuestra paz mental. Hoy conocí a un hombre que encuentra solución en el deporte. Mincho Stanchev Todorov es un búlgaro que compitió en los Juegos Olímpicos de 1952 y 1956. Su aspecto es de 60 y su edad de 78. Fue el autor de la revolución deportiva de Cuba junto con Fidel Castro. Ahora vive en México, como siempre lo soñó, y trabaja en una pequeña oficina del Comité Olímpico. Tapiz de fotos. Traje y corbata. El veterano, que aún vive en la pista de Helsinki, cuenta sus relatos cada vez que alguien se lo permite. Los años borraron su pasado, como lo harán con el nuestro.
¿Por qué esperar a la edad senil y desinhibidora para halagar a una mujer sobre su belleza? Me gustan con pantalones. Qué guapo era de joven. Ni ganas dan de fumar.

23 de abril de 2009

San Jorge

Si mi abuela Licha estuviera viva, ya hubiera tomado el teléfono blanco -de números enormes- para felicitarnos. Ella pensaba que el día del santo era tan importante como el del cumpleaños. No se le iba un sólo año. Era una mujer sumamente religiosa, y una santa que tuvo seis hijos hombres. Es de familia, porque la Tía Lupita, hermana de mi abuela, ya hizo la llamada obligada. Celebremos pues.

11 de abril de 2009

Casa tomada o sobredosis de cine

Como en el cuento, ayer a las tres de la mañana mi hermano bajó las escaleras, atravesó el patio y llegó a mi cuarto muy exaltado. Escuchó ruidos extraños y decidió no dormir solo. Se acomodó en el sillón de mi cuarto, encogió las piernas y se tapó la cabeza. Yo, haciéndome la valiente, la hermana mayor, le dije algo así como: "quédate tranquilo, no pasa nada, ya duérmete", pero en el fondo, yo también me sentí asustada ante la posibilidad de que las palabras de mi hermano fueran ciertas y que, en efecto, alguien se hubiera metido a la casa desde los árboles o los techos de los vecinos. A los diez minutos, escuchamos más sonidos, él no mentía, yo también los oí. Tratamos de dormir con la idea de que la noche tiene sonidos de árboles, coches, madera que cruje, hojas que caen y toda clase de aullidos y gritos salvajes de los gatos que no descansan. Las noches nunca son tan silenciosas como quisiéramos. Al poco rato, prendimos la luz, nos pusimos los zapatos, tomamos nuestros celulares (por precaución) y salimos corriendo a la calle. La paranoia aumentó a tal grado que tuvimos que salir al coche, dejando la casa abandonada. A las tres y media de la mañana recorrimos la colonia, pensamos en ir a casa de unos tíos o de algún vecino. Finalmente nos estacionamos en la esquina y llegamos a la conclusión de que era mejor no dormir tranquilos que dormir intranquilos. Sentados en el coche, pensamos en la posibilidad de esperar a que amaneciera, decidimos dormir ahí adentro, nos deseamos buenas noches y nos acomodamos en los asientos delanteros. La idea era tan absurda que, a las cinco de la mañana tomamos valor y sí, nos reímos de nosotros mismos. Salimos del coche, entramos a la casa, cerramos mi recámara y nos dormimos lo más pronto que pudimos. En la mañana, con la seguridad que ofrecen los rayos del sol, la aventura de ayer pareció sólo un sueño. La mente alimentó nuestro miedo. Lo cierto es que vivimos cerca de un panteón y, tal vez, hay almas que visitan durmientes tan susceptibles y crédulos como mi hermano y yo. Ojalá sólo hubiera sido la sospecha de fantasmas, porque el miedo era por la posibilidad de los vivos, no de los muertos. Hermano, vemos mucho cine.

10 de abril de 2009

Infancia en imágenes

Vi algunos videos de cuando mis hermanos y yo éramos niños. Descubrí que los pocos recuerdos sobre mi infancia -o lo que yo creí que eran recuerdos de mi infancia-, sólo eran la memoria de estos mismos videos que ya había visto hace mucho tiempo. En realidad, tengo muy pocos recuerdos, y ahora me doy cuenta que muchos de ellos pertenecen a estos videos que tomaba mi papá. No sé qué pensar. Si alguna vez tengo hijos, documentaré su infancia completa, tal vez me lo agradezcan cuando intenten acordarse de su pasado, o pensarán que fui una obsesiva de la cámara, lo cual no me convierte en fotógrafa.
¿En dónde estarán almacenadas nuestras vivencias infantiles? ¿Qué podría hacer para que en unos años no se me olvide lo que he vivido últimamente? Es muy matado sentir que tienes que tomarle foto a todo lo que te gusta, como lo que me pasó en NY, literalmente conocí nuevos lugares a través de la cámara, tomé más de mil fotos en una semana. No me arrepiento.

Foto: Henri Cartier-Bresson

7 de abril de 2009

Ampliemos el diccionario

En el feedback de la revista de marzo, resulta que me inventé –o me saqué de la manga– la palabra "inferiorizar". Pese a que nos suena muy familiar y hasta podemos intuir su significado, no existe. Siempre he creído que es válido deformar o descomponer el lenguaje, según yo, con al menos un poco de conciencia y no por ignorancia. Sería interesante saber qué otras palabras no existen, pero que usamos con tanta frecuencia que se vuelven parte del lenguaje, aunque la Real Academia Española no las agregue a su vocabulario.

En algunos libros he visto la palabra "jipi" para referirse a los hippies, como en La contracultura en México de José Agustín, mientras que el diccionario de la RAE acepta la palabra "hippy". El tema podría quitarme el sueño. Puro ocio.

In the Mood for Love

Ahora que sólo tengo cabeza para pensar en la plática de ayer, pego este post que escribí hace más de un año:

In The Mood for Love es una de las mejores películas de Wong Kar-Wai. La música actúa como un elemento que se acopla de manera natural a la trama. Los ambientes producen placer visual. La iluminación de Christopher Doyle es tan hermosa como la historia de amor que transcurre en silencio, insertada en la vida cotidiana, en medio del trabajo y las horas de comida, las calles, las reuniones familiares y las noches solitarias. El amor entre la señora Chan y el señor Chow no permanece oculto, se desborda en miradas, pasos sensuales y aproximaciones corporales lentas. Cigarros y tallarines dejan su naturaleza de objetos para formar parte del lenguaje de los amantes que ya no habitan en su realidad: cambia la percepción de su entorno, abordan el tiempo y el espacio en relación con el juego entre la ausencia/presencia, sus sensaciones se agudizan y, en cada uno de sus movimientos, se lamentan por el amor que jamás será consumado.