10 de abril de 2015

"Amar, beber y cantar" de Alain Resnais


Alain Resnais fue uno de los principales exponentes del cine francés. Esta película cobra particular importancia no sólo por su originalidad y su sentido experimental, sino también porque es la última que nos dejó, ya que Resnais falleció un mes después de la presentación del filme en el Festival de Berlín, a sus 91 años. Prolífico y creador hasta sus últimos momentos de vida. “Amar, beber y cantar” ("Aimer, boire et chanter", 2014) forma parte de la 58 Muestra Internacional de Cine.
Resnais fue contemporáneo de los cineastas que pertenecieron a la Nouvelle Vague (Nueva Ola) y, aunque es cierto que trabajó en conjunto con algunos escritores como Marguerite Duras, Alain Robbe-Grillet y Jorge Semprú, el veterano se sintió más cercano a la corriente llamada Rive Gauche. Resnais estudió en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos en París y se especializó en montaje. Inició como montador de otros cineastas, y después se convirtió en autor al realizar obras que se particularizaron por la ruptura de las estructuras narrativas tradicionales, las cuales denotaron también su interés por jugar con el tiempo y el espacio, y por fusionar el teatro con la cultura popular y con otros géneros.
Sus primeros trabajos se caracterizan por la exploración de temas como la guerra, la posguerra, la memoria y el olvido, como lo fue el cortometraje “Nuit et brouillard” (1955) sobre los campos nazis de concentración. Cuatro años más tarde realizó el entrañable largometraje “Hiroshima mon amour” (1959), que ganó el Premio de la Crítica Internacional en el Festival de Cannes, seguida por “L’Année derniére à Marienabad” (1961), la cual, además de la buena crítica que obtuvo, se convirtió en un filme de culto. Su trabajo, ahora valioso legado cinematográfico, comenzó con una reflexión existencial derivada de los horrores de la guerra y se transformó en la búsqueda de nuevas formas, como dan cuenta los aspectos lúdicos y coloridos de esta última cinta.
El carácter innovador y el espíritu experimental de Resnais con el que hizo del cine un espacio de libertad están presentes también en esta cinta en la que claramente se diluyen las barreras entre géneros, pues “Amar, cantar y beber” incorpora ilustración y, desde luego, teatro, pero no un teatro filmado, sino una ficción cinematográfica que se fusiona con el teatro de una forma muy particular: “Amar, cantar y beber” es una adaptación de la obra teatral “Life of Riley” del dramaturgo Alan Ayckbourn. De este modo, es un teatro dentro de un teatro, pero contenido en un formato cinematográfico, pues en la historia los personajes ensayan una obra. Se trata de un metalenguaje, aunque sujeto a la particularidad del cine: el montaje. Además, los actores siempre permanecen en los mismos espacios, que en realidad son escenarios en los que el fondo se compone de cortinas pintadas. Es decir, toda la estética de la cinta es la de una escenografía teatral que hace evidente el carácter de ficción. Los actores interpretan sus papeles con un lenguaje corporal propio del teatro, más que del cine y, al terminar sus diálogos, abandonan la escena físicamente, pues salen por las cortinas para dar paso a la próxima escena. Esta libertad narrativa hace guiños a la estructura clásica de la comedia popular pero incorpora aspectos que dejan ver el gusto del cineasta por el surrealismo. Sus habituales actores franceses (Sabine Azéma, André Dussollier, Michel Vuillermoz, Hippolyte Girardot, Sandrine Kiberlain, Caroline Silhol) interpretan a un grupo de ingleses de la ciudad de York (aunque hablando en francés), como un tributo al teatro inglés, tal como Resnais lo hizo con “Smoking/No Smoking” (1993) y “Coeurs” (2006), ambas adaptaciones de obras de Ayckbourn.
Los paisajes de fondo pintados a mano sitúan a los personajes en un no-lugar, fuera de todo tiempo y espacio real, puesto que la mayoría de los escenarios son siempre los mismos pequeños jardines que podrían estar ubicados en cualquier lugar. Es en la imaginación en donde todo acaba de suceder y de darle verosimilitud a la película. Lo mismo ocurre con la historia, la cual gira entorno a un personaje que jamás aparece en pantalla.
La narración presenta a tres parejas que hacen teatro amateur. De algún modo todos comparten un vínculo con George, el personaje que nunca aparece pero que se menciona en todos los diálogos. Sólo se sabe que, a causa de una enfermedad terminal, le quedan seis meses de vida. Las tres mujeres comparten un lazo amoroso con George y, los hombres (sus parejas), tienen una relación de amistad y ahora de celos ante la amenaza de pérdida de sus mujeres recientemente enamoradas de él. George es un fantasma que controla el curso de estas tres parejas mayores; es un mítico seductor que manipula las vidas de estos tres matrimonios en crisis, quienes siempre lo invocan a pesar de que jamás se verá a cuadro.
La película obtuvo el Premio Alfred Bauer del Festival de Berlín, y el Premio de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica (FIPRESCI)

6 de abril de 2015

"Moebius" (2013) de Kim Ki-duk


El prolífico cineasta corano, Kim Ki-duk, regresa con la que hasta ahora es la cinta más polémica de su repertorio: “Moebius” (2013). Ésta fue censurada en Corea, por lo que el realizador tuvo que cortar algunas escenas, aún así, el filme no deja de ser violento, y aborda temas difíciles de asimilar como el incesto, la castración, la violación, el adulterio, la sexualidad angustiante y la mutilación, entre otros, con claras referencias freudianas. La película forma parte de la 58 Muestra Internacional de Cine.

En 2012, su largometraje “Piedad” ganó el León de Oro en el Festival Internacional de Cine de Venecia, y ahora el director vuelve con una pieza con la que se atreve a materializar los tabúes sociales y las perversiones humanas.

Kim Ki-duk ingresó en el ejército naval, posteriormente quiso ser sacerdote católico y estudiar pintura. Lo conocemos por “Las estaciones de la vida” (2003), relato sobre la formación espiritual de un niño que se hace hombre, y también por “Hierro 3” (2004), una muy poética y sublime historia de amor. En su cine hay temas recurrentes como el sometimiento, la culpa, la redención y la pérdida de inocencia, que se asoman también en “Moebius”.

La cinta inicia con una patética pelea a golpes entre el padre (Jae-hyeon Jo) y la madre (Eun-woo Lee), mientas que el hijo adolescente (Young-ju Seo) los observa luchar en el piso. La madre está incontrolable porque su marido le es infiel con otra mujer. Esa misma noche, incluso el hijo observa a su padre y a su amante tener sexo dentro del coche. Kim Ki-duk presenta al adulterio y a la infidelidad como situaciones muy penadas en una sociedad que funciona con base en las instituciones matrimoniales monógamas a las que Ki-duk expone como formas de castración.

La madre, loca de rabia, decide cortarle el pene a su pareja, pero al no lograrlo, se lo mutila a su propio hijo. Es aquí donde surge la clara exposición freudiana: “el complejo de castración” bien descrito por el psicoanálisis. Este concepto que impera en todas las sociedades y que ha sido propio de mitologías antiguas es tomado por Kim Ki- duk, quien lo materializa en esta cinta, sin miedo a mostrar la siniestra locura de una madre que se come el miembro de su hijo.

Posteriormente el adolescente se vuelve víctima de burlas por no tener pene, lo cual nos remite al discurso falocéntrico en el que el poder del hombre está depositado en el miembro viril. Recordamos innumerables estudios de género en donde se le acusa al hombre de superioridad frente a la mujer, pero ¿qué ocurre cuando al hombre le falta el pene? Ki-duk lleva esta idea al extremo, por lo que presenta una cruenta escena de violación y sometimiento de una mujer, donde también participa el joven sin pene, y con lo que nos preguntamos si es el miembro masculino lo que otorga la fuerza para violar a una mujer. Kim sugiere que el órgano masculino es símbolo de poder y autoridad en la sociedad, y se atreve a mostrar las consecuencias de perderlo.

Más adelante el padre se mutila voluntariamente el pene, como una forma de conmiseración con su hijo, o bien, un sacrificio que hace por él. ¿Todo padre estaría dispuesto a cortar su propio órgano sexual para brindárselo a su hijo? Simbólicamente se refiere al “Complejo edípico” de Freud, que se desarrolla por completo más adelante.

La madre regresa arrepentida, aunque todavía fuera de sí, y descubre que su hijo ha recuperado el pene que le fue donado por su padre, entonces comienza a desearlo y a seducirlo: Kim Ki-duk aborda el tema del incesto y del deseo sexual del hijo a la madre y de la madre al hijo. Aquí florece claramente el complejo de Edipo, donde padre e hijo luchan por la madre. Es así que Kim Ki-duk se atreve a mhacer tangibles en imágenes las perversiones y los miedos humanos más profundos.

“Moebius” también explora una sexualidad angustiante, donde los hombres que han perdido el miembro encuentran placer sexual a través del dolor; pues lastiman su piel para experimentar placer. El pene es sustituido por un cuchillo, también en forma de falo, con el que una vez enterrado en la espalda ocasiona tanto dolor como placer; ambos complementarios. El erotismo en “Moebius” es muy perturbador.

Esta escenificación violenta de las más grandes perversiones es más bien una carga simbólica con la que Kim reflexiona sobre el hombre, y con la que realiza una confrontación muy cruda sobre su naturaleza. Esta fábula moral es también una meditación sobre la decadencia de la sociedad contemporánea, en la que las familias se castran unas a otras. Así, “Moebius” expone las desviaciones y represiones sexuales, así como la sexualidad atada a la mirada del otro, con sus culpas, castigos e imposiciones consecuentes.

“Moebius” es transgresora y provocadora, pero también muy inverosímil e improbable. Este carácter de ficción es lo que permite materializar los impulsos pasionales y los instintos de los personajes, como si la infidelidad fuera razón suficiente para cortarle el miembro a la pareja. Es decir, es exagerada y sumamente desproporcionada, por lo que cae en la comedia. Kim explora la interesante delgada línea entre la comedia y el violento drama. El público se ríe ante la fatalidad de dos hombres que pelean en la calle por un pene; se ríe de lo siniestro y enfermizo que le resulta, pero también de su poca probabilidad de ocurrir en la realidad. Bien dijo Kim Ki-duk en su filme “Hierro 3”, que “es difícil saber si el mundo en que vivimos es sueño o realidad.”

La cinematografía es “descuidada”; los movimientos de cámara son abruptos y erráticos, es decir, no se perciben intenciones deliberadamente estéticas, sino que el acento del filme se encuentra en la sórdida narración que, por cierto, transcurre sin un solo diálogo.

Esta película no podrá serle indiferente al espectador, pues la cinta es estremecedora. Escandaliza, pero también explora la naturaleza humana, pues son estas circunstancias las que describimos como “enfermizas” las que desenmascaran la parte siniestra que habita en todo hombre. 

Kim Ki-duk se permite realizar sublimes filmes de amor, íntimos retratos de la transformación espiritual humana, pero también violentas expediciones por las perversiones humanas, sin miedo a que la carga de comedia e irrealidad reste peso a la crítica y a lo simbólico.