Si mi abuela
Licha estuviera viva, ya hubiera tomado el teléfono blanco -de números enormes- para felicitarnos. Ella pensaba que el día del santo era tan importante como el del cumpleaños. No se le iba un sólo año. Era una mujer sumamente religiosa, y una santa que tuvo seis hijos hombres. Es de familia, porque la Tía Lupita, hermana de mi abuela, ya hizo la llamada obligada. Celebremos pues.
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