11 de abril de 2009
Casa tomada o sobredosis de cine
Como en el cuento, ayer a las tres de la mañana mi hermano bajó las escaleras, atravesó el patio y llegó a mi cuarto muy exaltado. Escuchó ruidos extraños y decidió no dormir solo. Se acomodó en el sillón de mi cuarto, encogió las piernas y se tapó la cabeza. Yo, haciéndome la valiente, la hermana mayor, le dije algo así como: "quédate tranquilo, no pasa nada, ya duérmete", pero en el fondo, yo también me sentí asustada ante la posibilidad de que las palabras de mi hermano fueran ciertas y que, en efecto, alguien se hubiera metido a la casa desde los árboles o los techos de los vecinos. A los diez minutos, escuchamos más sonidos, él no mentía, yo también los oí. Tratamos de dormir con la idea de que la noche tiene sonidos de árboles, coches, madera que cruje, hojas que caen y toda clase de aullidos y gritos salvajes de los gatos que no descansan. Las noches nunca son tan silenciosas como quisiéramos. Al poco rato, prendimos la luz, nos pusimos los zapatos, tomamos nuestros celulares (por precaución) y salimos corriendo a la calle. La paranoia aumentó a tal grado que tuvimos que salir al coche, dejando la casa abandonada. A las tres y media de la mañana recorrimos la colonia, pensamos en ir a casa de unos tíos o de algún vecino. Finalmente nos estacionamos en la esquina y llegamos a la conclusión de que era mejor no dormir tranquilos que dormir intranquilos. Sentados en el coche, pensamos en la posibilidad de esperar a que amaneciera, decidimos dormir ahí adentro, nos deseamos buenas noches y nos acomodamos en los asientos delanteros. La idea era tan absurda que, a las cinco de la mañana tomamos valor y sí, nos reímos de nosotros mismos. Salimos del coche, entramos a la casa, cerramos mi recámara y nos dormimos lo más pronto que pudimos. En la mañana, con la seguridad que ofrecen los rayos del sol, la aventura de ayer pareció sólo un sueño. La mente alimentó nuestro miedo. Lo cierto es que vivimos cerca de un panteón y, tal vez, hay almas que visitan durmientes tan susceptibles y crédulos como mi hermano y yo. Ojalá sólo hubiera sido la sospecha de fantasmas, porque el miedo era por la posibilidad de los vivos, no de los muertos. Hermano, vemos mucho cine.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Esos es el tipo de cosas absurdas que vale la pena postear, porque en el momento claro que no lo fueron, pero a la luz del día...bueno todo se ve diferente.
Sí, son absurdas, inexplicables. La mente juega con nosotros. Claro, el día y la noche cambian muchas cosas.
Publicar un comentario