El 15 de septiembre fui a una lectura dramatizada de un grupo de exalumnos de la escuela de actuación Caza Azul. Pensé que sería un ensayo general en el que se arma la obra sin vestuario ni escenografía. Y, en realidad sí lo fue, sólo que permanecieron en sus lugares con el texto en la mano (pese a que ya se lo sabían de memoria). Me sorprendí por la manera en que, con nada de recursos más que el movimiento corporal y expresivo (literalmente sentados en una silla) y la entonación de los diálogos es posible desarrollar una historia que crea imágenes mentales claras sobre personajes bien definidos y lugares que podrían o no existir, en este caso, en una estación de metro a las 12 o una de la noche. Y no sólo eso, de involucrarte en la situación, colocarte en el lugar de los personajes e identificarte con ciertas ideas. La obra habla sobre una mujer que cree que no es interesante, que se percibe aburrida y común, una maestra que vive en la Narvarte y ve telenovelas. Pero también se presenta como una mujer que busca algo extraordinario que la saque de su realidad. Se imagina un romance sorpresivo que le de sentido a su vida, por lo que decide ir en su búsqueda en una estación de metro. Es una reflexión sobre el deseo de encontrar una pareja que nos jale de la aburrición y la rutina, lo cual refleja un vacío existencial muy fuerte que no permite mirar las cualidades extraordinarias individuales. Un escenario en el que las fantasías se vuelven realidad para demostrar que no son tan satisfactorias como cuando pertenecían al terreno de la ficción y el deseo.
La autora de Fantasía subterránea para mujer y violín es Iona Weissberg.
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