18 de agosto de 2009
Temporada de patos
Ayer la volví a ver porque la encontré en la tele, y comprobé que la lectura que hago de las situaciones y las películas depende de la edad y del momento emocional en que las recibo. Recuerdo que la primera vez que la vi, no me pareció buena, no le encontré sentido. Después de algunos años, con un poco de conocimiento sobre cine y sobre el director, y con unas cuantas experiencias que sin darme cuenta han ido cambiando mi manera de pensar y de sentir, ayer concluí que me gustó mucho Temporada de patos, me identifiqué con los personajes, me acordé de mi pubertad y empaticé totalmente con el personaje del pizzero. Me gustó que objetos tan cotidianos como el goteo del agua en el lavabo o el movimiento de una báscula me remitieran a sensaciones muy personales. Estos cuatro personajes, quienes viven experiencias de temor y frustración se unen en un momento o una situación que parecería normal, cotidiana: un domingo de ocio sin luz en la casa. Ahí, en un espacio común, una zona habitacional en Tlatelolco, comparten sus emociones a través de objetos. Los diálogos son breves y las escenas dan la impresión de que "no pasa nada", pero en realidad sí pasa, sí hay catársis en los personajes. Al final de la película, ellos asumen su realidad de manera diferente, por más raro que parezca, después de un domingo absurdo, algo sucede en ellos. Tal vez los problemas de cada uno formaron un vínculo temporal con el cual se reconocieron "no tan solos". De ahí la metáfora de los patos: vuelan en grupo y siempre hay uno que toma el lugar del primero, para que éste descanse y se recupere del esfuerzo de ser el de la cabeza, el que rompe el viento para que los demás vuelen con mayor facilidad.
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