La aparición de mariposas en la pésima película mexicana que me encontré ayer, Efectos secundarios, me hizo recordar que, a los 13 años me enamoré de un niño en el parque de las mariposas monarcas. Me acordé de las que volaban en el jardín de la iglesia a la que iba con mi famila; y de las que decoraban y horrorizaban a mi primaria, sostenidas de alfileres dentro de cajas de madera y vidrio. También recordé que hace algunos años, volví a enamorarme con la mariposa disecada que me regalaste (juraste haberla encontrado muerta), con la que me pintaste con crayolas en la primera hoja del libro de "La maga", la que dibujaste con pluma en un solo movimiento y con la que adornaste la cubierta de un disco. Mi lámpara es de mariposas; y los únicos objetos que conservo de mi abuela Licha, son los prendedores de mariposa que usaba sobre sus vestidos floreados. En algunos estampados y diseños me parecen infantiles y de mal gusto. De cerca son peludas y feas como una mosca, pero en el aire son muy hermosas.
14 de junio de 2009
Mi relación con los insectos
La temporada de calor, y no estoy segura si de lluvias, trajo a mi cuarto a más de cinco mosquitos por noche. Mi solución era taparme hasta la cabeza, pero el horno de las colchas no me dejaba dormir. Ahora, con enojo, me levanto para buscarlos hasta el último rincón y aplastarlos. No soy Greenpeace, pero no debería matar insectos sólo porque se esconden en mi baño, porque caminan junto a mi cama o porque vuelan sobre mis pies. Aunque son físicamente repugnantes, por algo están aquí y no creo que para molestar. De niña me sentía culpable, me sentía asesina, y rezaba para pedir perdón por las hormigas que pisaba. Es que de niña jugaba a seguir caminitos de insectos y cambiar de lugar a los caracoles que se desviaban del jardín. Qué pasaría si recuperáramos un poco de inocencia o de infancia. Seguramente yo no hubiera hecho algunas cosas de las que ahora me arrepiento, y no hablo de aniquilar arañas, cortar lombrices o hacer girar cochinillas antes de comprobar que sí producen el color rojo.
-Foto: MoMA. El único insecto que me gusta.
13 de junio de 2009
Ella estrena vida
-Gayne y su novio Fausto
-Gayne en su cuarto
-Gayne en el centro
-cuarto de Gayne y mi maleta abierta
Gayne, una de mis mejores amigas, se fue -sola- a provincia en busca de un cambio, en busca de algo que la sacudiera. Ella se mudó a Oaxaca. Renta un cuarto amplio y amueblado con una mini cocina integrada. La habitación forma parte de una casa grande con jardín, en la que hay cuatro cuartos más, además del de Gayne. En ellos vive una inglesa que da clases de idioma y toca el saxofón en un bar de jazz; una italomarimacha que se va en bici a dar clases de italiano; una señora que jamás saluda; y un argentino que ve la televisión con la puerta abierta. Comparten un mismo baño que se encuentra a unos cuantos pasos de las recámaras. Gayne todavía no tiene televisión ni Internet, pero compra Dvds pirata, aunque a veces se traban en su computadora Mac blanca. Su salvación es el playlist del iTunes, que contiene grupos que escuchábamos juntas en primaria y secundaria (Depeche Mode, Mecano, Soda Stereo y Silvio Rodríguez). Vive sola, tiene pocos objetos y una caja enorme de cereal. Tiene un novio que la lleva a pasear en moto y fuma mucho más que antes (igual que yo). Está en espera de su nuevo trabajo. Todavía se pregunta qué hace en Oaxaca de Juárez, a veces piensa en regresar al DF y, mientras tanto, se adapta a la vida nocturna oaxaqueña, a las galerías gringas y a los mismos caminos que desembocan en el zócalo invadido por la APPO. Ha vuelto a pintar, como única solución para desechar algunos sentimientos de tristeza que, sin saberlo, guardó en su maleta, desempacó y colgó en el clóset.
-Gayne en su cuarto
-Gayne en el centro
-Fotos: de cuando la fui a ver hace dos semanas.
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