28 de febrero de 2009

Coraline

Desde niña tomé la decisión de creer que no sólo lo que vemos es real. Siempre he sabido que hay una dimensión alternativa en la que los gatos hablan y los objetos cobran vida. A los ocho años le cantaba a los caracoles y a las plantas, completamente segura de que podían entenderme. A los siete, Alicia en el país de las maravillas se volvió fuente de inspiración para buscar una puerta secreta en la antigua casa de mis abuelos. Las tareas, el uniforme, las matemáticas y los compromisos sociales de mis papás no definirían mi infancia, lo harían las aventuras que yo busqué cuando -en un sueño- decidí caer en la madriguera del conejo blanco. Hoy, a tantos años de distancia, sólo habito un plano de realidad donde se habla de dinero, trabajo y gasolina. Agradezco estos pequeños parpadeos que se cuelan en mi rutina para hacerme recordar que todavía existe un territorio fantástico en el que sólo hay espacio para flores azules y rojas.

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