5 de octubre de 2011

McMundo


La cultura estadounidense es -aún- terreno fértil para la exploración. Alberga una suerte de misterio inagotable que se desprende de las contradicciones y las expresiones culturales más bizarras. A los ojos populares y foráneos, Estados Unidos de América es un circo de atracciones, frivolidad, despilfarro sin límites y patriotismo exacerbado. Un escenario de contrastes entre suburbios desolados y desmesura al estilo Hollywood, Broadway, Disneylandia y los casinos de Las Vegas. Su cultura es un mar de imágenes que se proyectan en desorden: playas infestadas de mujeres eróticas; hombres obesos montados en motocicletas ruidosas; tatuajes de Betty Boop; ancianos decrépitos; veteranos de guerra en el olvido, que orinan las esquinas de los barrios; vaqueros del viejo oeste; y torres de pancakes con mantequilla. La excentricidad de sus habitantes; la simpleza del americano promedio; la carencia de orígenes culturales; la variedad racial concentrada y agrupada por barrios; los líderes que brincaron del cinema a la política… Definiciones que fluyen en el conocimiento colectivo sobre Norteamérica.

La americanidad irrumpe hasta en la vida de quienes no tienen la desdicha o la fortuna de pisar su territorio. ¿Quiénes no se han contagiado de la ficción del sueño americano? ¿quiénes no substraen su cultura a conceptos arriesgados? Bélica y frívola. Sedante y seductora. Asfixiante. Consumista, a lo que Morris Berman denomina "McWorld".

Ellos mismos se autorretratan a partir de sus propios productos: de Jackass a American Beauty, de Pink Flamingos a The Fast and the Furious. Se adueñan del mundo bajo la máscara de Elvis Presley, Oprah Winfrey, Marilyn Monroe y Patti Smith. No conformes con inmiscuirse en los conflictos políticos del mundo y regir la economía global, imponen valores doblemoralistas de vanalización sexual e imposición del terror disfrazados de libertad, democracia, patriotismo y "buenas costumbres", con el dinero como el valor más alto de la escala.

Los límites que bordearon su cultura como hoy -fácilmente- los identificamos, se deben a críticas y esfuerzos de análisis que trascienden el tiempo, tal vez por el peso de la realidad que albergan, tal vez porque se realizan en momentos críticos para los Estados Unidos como los años de posguerra, el auge de la urbanización y los movimientos contraculturales que agitan a la sociedad. O porque la redefinición de la cultura proviene del extranjero…

A mediados de la década de los cincuenta, auspiciado por la Fundación Guggenheim, Robert Frank fue uno más de los que, atraídos como un imán, partió del viejo continente, cruzó el océano Pacífico y llegó a los Estados Unidos de América, para recorrer 48 estados. Con su familia a bordo de un automóvil viejo y una botella importada de whiskey se aventuró a realizar una crítica profunda a través de imágenes. Robert Frank, fotógrafo suizo y judío, sentó las bases de los estereotipos e iconos nacionales. Retrató a los americanos hasta ofenderlos... ¡comunista! –lo acusaron en una ocasión. Frank mostró el lado deplorable de los símbolos de un país a sus pobladores anestesiados con la televisión y el consumo. Posteriormente compiló su trabajo en una edición a la que llamó The Americans.

Frank capturó la esencia de la cultura. Tomó la superficie para mostrar el interior. Rocolas, gasolineras, carreteras interminables y cafeterías (diners), con luz neón, fungieron como elementos que hicieron tangibles la soledad, la angustia y la alienación de los americanos. Political Rally (Chicago 1956) es una de las fotografías que componen el último capítulo de la publicación. Se observa un afroamericano –no identificado- que toca la tuba. El instrumento cubre por completo su rostro. Arriba de él se aprecia una gran bandera nacional. Símbolos de la democracia americana que ahogan al individuo y lo convierten en "uno más de lo homogéneo". Los Angeles (1955-1956) es otra imagen sobresaliente en la que una flecha de luz neón sobre un edificio indica al peatón hacia dónde caminar, mientras le susurra al oído: “obedece las reglas sin cuestionar”.

De una página a otra, aparecen los caminos que llevan al sol californiano; las estrellas que descienden de limusinas y aterrizan en alfombras rojas; los personajes del rodeo; y la segregación racial de Nuevo Orleans. The Americans se vuelve una progresión de imágenes que narra atemporalmente la cultura de un país, desde las fibras más sensibles. En Nueva York de 1957 Robert Frank conoce al escritor de la cultura Beat, Jack Kerouac, quien compone un texto introductorio para la edición. La tristeza y la desolación del paisaje norteamericano que Frank captura se presentan con las palabras de Kerouac como antesala: “terminas por no saber si un jukebox (rocola) es más triste que un ataúd”. Kerouac deseaba separarse de la sociedad falsa y arbitraria; superficial y confortable, por ello se identificó con su trabajo fotográfico. Frank exploró la tensión de la diferencia de clases y la cultura perversa con técnicas fotográficas vanguardistas. Retrató el vacío norteamericano recubierto de falsas esperanzas.


Notas: La figura de Robert Frank como el extranjero que criticó a los americanos y ofreció una visión "aérea" y subcutánea de la cultura, reaparece en varias ocasiones. En 1974 Wim Wenders se atreve a criticar a la sociedad norteamericana a través de Philip Printer, protagonista de Alice in den Städten, quien viaja desde Alemania para escribir sobre la cultura: "la televisión americana solamente son solamente anuncios que degradan al ser humano". Acto seguido rompe a golpes la caja tonta.

Charles Dickens con su novela Martin Chuzzlewit (1844) y Frances Trollope, ambos autores ingleses, desde el siglo XIX, realizaron sátiras del modo de vida americano y argumentaron los deseos de los estadounidenses por "refinarse" como los británicos. Más tarde, Simon Schama, historiador del arte, estudió los estereotipos americanos que a finales del siglo XIX se arraigaron en Europa y que prevalecen hasta la actualidad: "chovinistas, voraces y vulgares".

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