20 de noviembre de 2009

Penúltima clase de cine / Crónica de un verano

Hoy vimos Crónica de un verano, codirigida por Jean Rouch y Edgar Morin (a quien tuve oportunidad de escuchar en una conferencia que dio hace como dos años en el CENART, cuando yo hacía prácticas profesionales en el ‘canal 23’, -prometo buscar mis apuntes y postear algo de eso-).

Crónica de un verano es un documental representativo del cinema vérité, el cual cuestiona qué tan posible es retratar o mostrar la realidad tal cual es, sin que este reflejo se distorsione con la predisposición de quienes están frente a la cámara, por el simple hecho de saber que lo están aunado a la intervención del director. Para mí, haber visto la película con la idea de que los personajes eran ellos mismos y lo que decían y hacían correspondía con lo que eran, pensaban y sentían, me produjo una sensación muy diferente, creo que me sensibilizó mucho más que algunas películas de ficción que me hacen llorar. Tal vez porque me gusta involucrarme demasiado con lo que veo, e identificarme con algún personaje al creer que sé exactamente lo que podría estar sintiendo. Pese a que tal vez el documental no muestre de manera fiel la realidad, sí explora sensaciones humanas y cuestiona a los personajes sobre el sentido de su existencia. Eso para mí ya es interesante, ya es valioso porque siempre me ha interesado conocer diferentes maneras de pensar y de ver la vida, sobretodo lo que los demás tienen que decir sobre sí mismos y su existencia, porque a mí me interesa la gente como una manera de enriquecer mi presencia en esta vida y no sólo transitar de un lado a otro sin realmente descubrir quienes nos rodean. Siento que convivimos de manera impersonal sin siquiera imaginar quienes son los demás en realidad. Cada persona es un resultado de experiencias diversas, es un universo muy profundo y a veces desconocido hasta para sí mismos, por eso creo que es interesante escuchar lo que los demás piensan. Además este documental me pareció muy valioso porque me provocó una reflexión sobre mi experiencia de vida y, como ya lo había dicho antes, me vibran mucho las películas que me provocan ganas de escribir, ganas de llorar, ganas de pensar, o ganas de salir al mundo para tratar de verle ‘algo’ más allá de lo evidente. Yo también me cuestioné para qué hablar sobre mí, sobre lo que siento y lo que me interesa, para qué revelar mi intimidad aquí en un blog, frente a una cámara o en alguna plática. La razón es que me gusta ser transparente como una manera de liberarme por completo, desde el interior. Para quien le interese mirarme y saber quién soy y cómo veo el mundo que me rodea. Para quien quiera mirarme como soy, sin distorsiones, por lo que hago y digo y escribo, es decir, para encontrar una congruencia entre lo que soy y lo que escribo. También creo que el desarrollo de este blog es una manera para compartir mi evolución hacia un verdadero descubrimiento de quién soy yo, porque al menos yo necesito saberlo.

La pregunta que le hacían a los parisinos de los años sesenta, de todas las clases sociales era si son felices y si están satisfechos con su vida. Algunos contestaban con referencias hacia sus experiencias laborales, sus experiencias amorosas o hacia lo opuesto, sus experiencias tristes como la pérdida de alguien o la ausencia de algo, un vacío interno, o simplemente hacían referencia a otras cuestiones como a la edad: “soy feliz pese a que soy vieja”, “claro que lo somos, pues estamos jóvenes”. Con esto me refiero a que la felicidad es lo que creemos que es. Cada quien define su felicidad. También había quienes sabían cómo podrían serlo: “si me casara y tuviera hijos”, “si fuera boxeador”, “si trabajara en lo que me gusta”, “si tuviera más dinero”. Me parece una insatisfacción generalizada por el hecho de creer que hay algo que falta, y ese algo es justo lo que necesitan para ser felices. Suena absurdo, pero no lo es, porque seguramente a todos nos ha pasado: creemos que la felicidad llegará bajo diferentes condiciones ajenas a las que ya vivimos. Respondiendo a la misma pregunta, yo estoy contenta con quien soy y con mi vida. Estoy satisfecha con lo que he hecho y con lo que ahora tengo, sin embargo, es cierto que tengo muchas aspiraciones y deseos de realizar miles de cosas, las cuales con el simple hecho de imaginarlas o planearlas, me producen felicidad. Pero yo he intentado no depositar mi felicidad en aquellas cosas pasajeras, superficiales o ilusorias, aunque reconozco que yo percibo a la felicidad en mi vida no como una constante, sino en momentos muy específicos, tal cual como momentos. También creo que más allá de cuestionarme si los personajes estaban siendo totalmente espontáneos, coherentes consigo mismos y reales, pienso que no es necesario estar frente a una cámara para no serlo. Es decir, tal vez nos relacionamos con actores todo el tiempo: mi jefe cumple su papel de jefe frente a mí, mi amiga actúa como quien quisiera ser y mi vecino se ríe, es sobreamable y cuenta demasiados chistes cuando tal vez esconde una tristeza profunda. Cómo saber que somos lo que somos, que somos un retrato fiel de nuestro interior y de nuestra naturaleza. Eso es justo lo que yo quiero hacer, romper esa barrera entre lo que aparento o quiero aparentar y lo que soy, y me he preguntado si somos aquello que hacemos, decimos, pensamos o escribimos.

No hay comentarios: