2 de julio de 2015

La belleza: de lo sublime a lo perverso en "Belleza roja"




“La genética, una desafortunada imposición
que debía ser transformada”
(Esquinca, 73)

Bernardo Esquinca, escritor mexicano, presenta la posibilidad de explorar los límites entre la sacralización y la perversión. Su literatura juega con lo abyecto, la locura, y sus bordes. Belleza roja (Fondo de Cultura Económica 2005), cuyo género oscila entre la narrativa fantástica y la policíaca, se abre hacia la reflexión de una sociedad constituida por seres naturalmente abyectos, quienes poco a poco se permiten cruzar la línea entre la sublimación y la materialización de sus deseos pulsionales. Sin embargo, es su ficción –que bien podría confundirse con la realidad– la que lleva al lector a destapar lo reprimido y, al autor, a realizar un ritual de develamiento y sublimación, es decir, su literatura es el campo de combate y, en palabras de Julia Kristeva, es también: “una elaboración, una descarga y un vaciamiento de la abyección por la Crisis del Verbo” (278).

El canon de belleza actual, cuya exigencia sugiere modificaciones corporales, ha derivado en adoptar estas prácticas con una normalidad y una cotidianidad aterradoras. La belleza natural es la que ha sido transformada para dar paso a lo manipulado por el hombre mismo.

METAFICCIÓN EN BELLEZA ROJA
Patricia Waugh define a la metaficción como “un término dado a la escritura ficcional autoconsciente y que sistemáticamente dirige su atención a su estatus como artefacto para aclarar con ello cuestiones sobre la relación entre ficción y realidad”(2). En este sentido, Bernardo Esquinca introduce un guiño hacia la propia forma, la huella del proceso creativo: otorga su nombre al personaje de la novela. Se mira en su fluir psíquico y, al lector, de esta manera, le recuerda que hay un autor que creó tal ficción, cierto día, en cierto espacio físico real, fuera de las letras del papel.

LA BELLEZA Y LO ABYECTO
Este retrato social ficcionado es un espejo aterrador de la condición humana y sus laberintos oscuros. “La belleza tiene sus propios cánones establecidos por una sociedad”, dice Esquinca (Web). El actual arquetipo de belleza, el que parece imponerse y homologar, seduce desde las fibras más sensibles y desata, en los más vulnerables quizás, obsesión manifiesta en transformaciones quirúrgicas insospechadas. Las mutaciones plásticas conviven con lo cotidiano. La belleza es percibida como un estímulo, cuyo parámetro ya habita en el intelecto.

Esquinca muestra las prácticas estéticas de transformación corporal como actos humanos que sugieren un origen: perversión, voyeurismo, vacío interior, fobia, pulsiones del “Ello” y, sobre todo, una postura ante lo abyecto. Sin embargo, los arquetipos de belleza, llevados al extremo e intervenidos con la mano arbitraria del hombre, también conviven en el terreno de la abyección, a pesar de que la intención sea la opuesta: pertenencia y “normalidad” aparentes. “Lo abyecto nos confronta, por un lado, y esta vez en nuestra propia arqueología personal, con nuestros intentos más antiguos de diferenciarnos de la entidad materna […]” (Kristeva, 22).

El autor problematiza la percepción de lo cotidiano para revelar “lo que se esconde” en lo habitual, a través de imágenes perturbadoras que delatan la fascinación por lo perverso: “angustias y delicias del masoquismo” (Kristeva 13).
Hay en la abyección una de esas violentas y oscuras rebeliones del ser contra aquello que lo amenaza y que le parece venir de un afuera o de un adentro exorbitante […] este arrebato, este espasmo, este salto es atraído hacia otra parte tan tentadora como condenada. Incansablemente como un búmerang indomable, un poco de atracción y de repulsión. (Kristeva, 7)

La belleza verdadera es la que ha sido transformada. La modificación de la naturaleza corporal es una transgresión del límite entre el yo (moi) y el otro-objeto: “me excede y me conduce al punto donde mi identidad se invierte en lo indecible” (Kristeva, 198). Identidad que aborda la novela a manera de reflexión: “¿Qué tan graves eran sus pecados corporales que decidió borrarlos?” (Esquinca, 43); “Traicionó a su cuerpo y dejó de ser quien era. Y en efecto, ya no es la misma. Ahora es mejor.” (Esquinca, 56)

¿Hay humanos mejores y peores según su aspecto físico? ¿Es ésa la idea que rige en los tejidos sociales? Estructuras de convivencia que se configuran en función del consumo y la producción de bienes; en las formas masculinas de establecer poder; en la fragmentación del hombre y en su vulnerabilidad como una debilidad del ser.

La discusión sobre la belleza ha sido abordada desde múltiples ópticas. En esta novela, el autor se vale del arte, no sólo a través de su literatura, sino de referencias obligadas a reflexiones previas sobre el cuerpo y la identidad. Orlan ha sido una exponente destacada, quien ha tomado a su propio cuerpo como bitácora de ensayo. Orlan ha transformado su cuerpo como una exploración y una búsqueda de discurso. Ella se “da vida” a sí misma y modela su cuerpo conforme a sus criterios. Se re-construye mediante el dolor. Hace una crítica a las imposiciones estéticas que permean el interior y el exterior.

LA SEXUALIDAD Y EL FLUIR PSÍQUICO
En Belleza roja, la sexualidad se manifiesta a través del sueño. El deseo y las pulsiones, en comunión, despiertan en el campo de lo onírico. Es en el sexo en donde se quebrantan los límites del adentro y el afuera. El cuerpo como límite de sí mismo “baja la guardia” a su vulnerabilidad; franquea las barreras: “El dolor de lo íntimo, a la vez físico y psíquico, se encuentra con el desborde sexual” (Kristeva, 195).

La “falta” del hombre se manifiesta en deseos insaciables, “connota un apetito sin satisfacción posible que, por ejemplo en San Pablo, está asociado a las transgresiones sexuales, a la carne en general […] (Kristeva, 164)

MUERTE Y CRIMEN COMO ARTE
Es la castración, la incompletud, tan irremediable como la muerte. En esta novela, el autor aborda la pulsión de muerte desde la sublimación y hasta su materialización, con el asesinato. La fascinación por lo infranqueable. En palabras de Kristeva: “el culto al cadáver […] abominación que provoca la maldición divina […] implica una gama de interdicciones sexuales o morales.” (145) El crimen como transgresión máxima de ese otro-objeto que es siempre inalcanzable. El control de lo incontrolable.

La muerte es belleza y horror; “la visión del asesinato se torna sublime”. (Kristeva, 200) Es precisamente lo sublime de la muerte lo que Bernardo Esquinca reflexiona en la novela. ¿Modificar la escena de un crimen es arte de ruptura? ¿Alterar la escena es una forma de crear arte? El asesinato es el fin de la vida, pero también de la belleza, o bien, ¿hay belleza en una muerte violenta?

Enrique Metinides, fotógrafo mexicano de nota roja, se dedicó a capturar a víctimas de accidentes: decapitados, suicidas, ahogados, electrocutados. El realismo crudo y seco de sus imágenes despegó de los periódicos sensacionalistas y encontró lugar en el mundo del arte. Escenas de la vida “real” que son humanas y bellas. Sangre, lágrimas, fluidos que componen sus fotografías, ahora expuestas a manera de arte dentro de galerías. Lo abyecto fijado en papel fotográfico: el cadáver inmortalizado, presentado como una posibilidad de belleza.

SUBLIMACIÓN O PERVERSIÓN
La perspectiva de Freud hace a la abyección una característica humana y, por lo tanto, universal. El hombre toma responsabilidad y conciencia respecto de lo abyecto. Se abren dos caminos: sublimación o perversión. El arte traza una delgada línea entre ambos.
En la literatura, el autor puede pervertir el lenguaje y el contenido. El espacio de la literatura permite el combate de la dicotomía entre lo impuro y lo puro. El escritor “debe librar con aquello que se nombra demoníaco sólo para señalarlo como el doblez inseparable de su sí mismo “(Kristeva, 279).

Crear arte nos sitúa en lo sublime, como seres contemplativos. El arte y la literatura como rituales de purificación. El placer de lo perverso desde el terreno de la sacralidad. Kristeva dice que “la literatura propone una sublimación de la abyección” (39). La transgresión del cuerpo y el dolor sólo pueden ser sostenidos por la escritura: “El relato como narración del dolor: el miedo, el asco, la abyección gritados.” (192).

Bernardo Esquinca escribe sobre “lo que incomoda” al hombre. “Escribir supone la capacidad de imaginar lo abyecto, es decir, de verse en su lugar descartándolo solamente con los desplazamientos de los juegos de lenguaje.”(26). Finalmente, literatura es “el punto sublime donde lo abyecto se desploma en el estallido de lo bello que nos desborda […] (Kristeva, 281).

La ficción permite imágenes crudas de la naturaleza abyecta del hombre. Éstas se soportan con dificultad y resistencia por su carga de verdad; el reflejo del universo intrínseco del ser.  

                                                        Obras citadas
Esquinca, Bernardo. Belleza roja. México: Fondo de Cultura Económica, 2005.

Kristeva, Julia. Poderes de la perversión. Buenos Aires: Catálogos Editora, 1988.
Waugh, Patricia. Metafiction. The Theory and Practice of Self-Conscious Fiction. Great Britain: Routledge, 1996.

Blog de Bernardo Esquinca. Web. 3.May.2013