19 de mayo de 2014

Memoria y realidad fotográfica

    

No es posible acotar la memoria a una simple función cerebral cuya labor consiste en conservar información, donde el recuerdo es la evocación del pasado. Aún en los procesos puramente biológicos existe un elemento abstracto que alberga misterio. La forma de percibir los tiempos pasados no puede resultar tan simplista como trazar una línea en la cual avanzamos de forma cronológica y con la que vamos dejando atrás lo que ya se vivió. 

    El vitalista Henri Bergson hace una propuesta que escapa a esquemas rígidos, pues comprende que el hombre no vive su pasado conforme éste transcurre. Si observamos la forma fragmentada, caótica y atemporal en la que pensamos, sin dejar de lado las emociones, resulta obvio que no hay fronteras tangibles entre pasado y presente. Si el propio presente se vive a través de la percepción, entonces el ejercicio de ficción es el que impera en nuestra experiencia. 

    Proust propone que un elemento externo funciona como detonador de la memoria, que el hombre, al entrar en contacto con un objeto, recuerda su relación con éste y, por tanto, se desplaza a un pasado. Esta evocación ofrece una textura y una esencia de las cosas. Al pasado, Bergson no lo concibe como un salto a otra realidad, sino como un tiempo que habita en el presente y que convive con él. O bien, un presente que también es pasado. Con el uso mismo del lenguaje es evidente que, incluso, nuesta forma de definirnos y hablar de nosotros mismos, en un presente, es a través del pasado. ¿Podríamos saber quiénes somos si no tuviéramos memoria?

    Sin embargo la
 realidad escapa al lenguaje (cualquier tipo), lo trasciende. Todas las posibilidades de contener o enmarcar sus formas se muestran imposibles y, la memoria, tan difusa e inconmensurable, es el reflejo de la realidad del hombre en el mundo. La vastedad, lo que queda fuera del alcance, es, precisamente, aquello que nos acerca a lo “real”. 

    El reconocimiento de una realidad vasta o inaprehensible es lo que enriquece a la propia realidad. Bergson habla de cómo la realidad se nos escapa de las manos y cae en los juegos de la imaginación; es así que encuentra posibilidades de modelar lo real en el lenguaje.

    Las ideas de Bergson permiten comprender que los recuerdos que se expresan en el presente, a través de la memoria, no son representaciones fieles de un pasado, de una realidad que ocurrió en un tiempo pretérito. El pasado es una recreación, es un ejercicio de imaginativo. 

    El flujo del tiempo no es percibido ni comprendido en su totalidad sino a través de los cambios físicos que de él derivan. Con esto quiero decir que, en la vida, hay una irrupción de la evidencia de lo perecedero en lo cotidiano, como lo es la muerte de seres vivientes, el desgaste y destrucción de los objetos, y la erosión del paisaje. Estas son las muestras del transcurrir del tiempo, las cuales se “aparecen” a manera de encuentro incómodo, pues lo perecedero es parte anatómica de la existencia. 

    La memoria entra en juego con la manera en la que la finitud impregna la conducta humana. Es decir, convivimos cotidianamente con la cualidad perecedera de los objetos y los seres vivos que nos rodean. Sin embargo, el conflicto interno deriva en rituales como maquillar a los muertos para que parezcan vivos, retrasar los procesos naturales del envejecer, reemplazar objetos viejos por nuevos y conservar el entorno intacto y pulcro. Estas conductas, con las que se muestra que el hombre no convive armónicamente con el tiempo, componen la forma de vida moderna en la que no hay cabida para mostrar la finitud, interiorizarla y cohabitar con ella de una forma orgánica. 

    Las fotos muestran a personas y escenarios de en una época específica que, al momento de ser miradas, ya se habrán dispersado y cambiado.

    ¿Cómo configurar un sentido de vida en un entorno que parece estático y permanente, pero que en realidad es transitorio? ¿Cómo dar sentido a una vida ligada a personas, animales, objetos y espacios que mutan naturalmente y que desaparecen con el tiempo? La fotografía entra en el juego de “fijar” el tiempo, detenerlo en una realidad que no es estática. 

    La cámara permite “democratizar” todas las experiencias, traduciéndolas en imágenes. “Las fotos tienden a sustraer el sentimiento de lo que vivimos de primera mano”, dice Sontag en On Photography, quien, además, expresa que la fotografía no ha sido inmune a las dudas modernas sobre su relación directa con la realidad”. Sontag cree que la foto es el reflejo de la incapacidad para dar por sentado el mundo tal como se le observa. Por ello, cuando cambia la noción de realidad, también cambia la imagen. “Nuestra era no prefiere imágenes a cosas reales por perversidad, sino por reacción a los modos en que la noción de real se ha complicado y debilitado.”

    Estas nociones de realidad se tiñen de fantasía, sueño y también de fuerzas psicológicas. El hombre no puede mirar a la realidad más que desde sí mismo. Quizás no como una interpretación, sino una concepción propia, en donde las fotografías capturan esa realidad específica, que no es la misma para los demás. Este funcionamiento vital desvela la gran verdad de que el hombre es un ser profundamente solo en el mundo. No hay lenguaje que alcance a compartir, en su totalidad, la propia experiencia de pensar un recuerdo, que, además, no sólo recae en el cerebro. En realidad, el humano acompaña a otro humano, como una suma de soledades, donde el recuerdo aparece como una fotografía, a veces nítida, a veces nublada, que sólo quien la porta puede mirarla desde dentro. 

    La fotografía no es más que una representación pobre de la experiencia vital. La foto “transforma el mundo en partículas inconexas e independientes. Y la historia se convierte en un conjunto de anécdotas”, dice Sontag. En cambio, el hombre une la realidad fragmentada a través de una narración propia, un impulso gestáltico con el que se pretende configurar una sola historia con cierta lógica. La memoria es vital en este proceso humano de ficción, que, sin duda, es un mecanismo de supervivencia. “Cada uno de nuestros actos apunta hacia una cierta inserción de nuestra voluntad en la realidad”, dice Bergson, quien encuentra a estos actos como fragmentos que componen un todo: “es un arreglo comparable al de los trozos de vidrio que componen una figura caleidoscópica. (Obras escogidas, 701)

    Susan Sontag decía que en la sociedad moderna “el descontento con la realidad se expresa con vehemencia en el anhelo de reproducir este mundo”, como si sólo por mirar la realidad en forma de objeto, ésta fuera -de verdad- real.

    La fotografía es condescendiente con la realidad, porque el mundo fotografiado “entabla con el mundo real una relación esencialmente inexacta”, dice Sontag, la vida no consiste en momentos estáticos, la fotografía sí fija a la vida en un solo tiempo y lugar. La imagen participa del objeto representado, pero ésta no puede ser la realidad en sí misma, sino una nueva realidad 

    Apariencia y realidad conviven en una misma imagen, por lo que reflexionar sobre la experiencia verdadera y sobre el contacto con “lo real” también se vuelve un acto de ficción.

    La realidad por naturaleza es ambigua, pero sus certezas son determinantes para el hombre, como su propia muerte. Por ello, la memoria es una mediadora entre la ambigüedad y la certeza de que “todo acaba”. La memoria explora otras posibilidades de percibir la realidad. Es decir, dibuja una realidad que resulta “una otra”. Escenarios habituales y cotidianos, al ser re-pesados, re-creados, re-cordados, hacen posible descubrir relaciones diferentes de vincularse con el mundo. El ejercicio de la memoria también abre nuevas rutas de pensamiento. Es así que el hombre puede transgredir su forma de pensar a la muerte, por ejemplo. 

    Lo cotidiano, en realidad, nunca termina de ser transitado, y lo extraño, misterioso y ambiguo pueden ser observados como formas de una realidad más apegada “a lo real”.
    Julio Cortázar en Carta en mano propia asegura que “la realidad no tiene nada de lógica”. Bergson habla del instinto y de la intuición como formas de conocimiento que superan a la razón: “[…] lo que hay de esencial en el instinto no podría expresarse en términos intelectuales y, por consiguiente, ser analizado”. (La intuición en la filosofía de Henri Bergson, 48)

    La materialidad es también parte vital del hombre, pues el ser humano no sólo es materia, sino que configura su realidad con ella. Henri Bergson dice: “nuestro espíritu, que busca puntos de apoyo sólidos, tiene por función principal, en el curso ordinario de la vida, representarse estados y cosas.” (Introducción a la metafísica, 339). La materia y las formas sensibles también se acompañan en un flujo que imposibilita su fijeza. Siempre están en un “continuo devenir”.

    Dentro de lo cotidiano y material existe un flujo vital, un movimiento que imposibilita fijar la realidad en conceptos rígidos. Incluso proyectar a futuro le parece absurdo a Bergson:" la idea de leer en un estado presente del universo material el futuro de las formas vivas, y la de desplegar de una vez una historia futura, debe encerrar un verdadero absurdo (Obras escogidas, 731)

        Los secretos de la realidad se revelan a través de lo cotidiano y de su observación. Sin embargo no es posible suponer que la fotografía puede comunicar un significado estable, o que puede revelar la verdad. “La foto se fragmenta en verdades relativas”, escribe Sontag. La foto es una manifestación del “yo”, por lo que también puede ser una expresión solipsista de identidad.
    La fotografía no es más que un pequeño grano de sal que alimenta los laberintos de la memoria, los cuales siempre ofrecen la sensación de ser infinitos y, a la vez, cercanos y muy presentes. La experiencia de vida se acompaña de una memoria que aparece casi como una voz propia (orgánica, no esquizofrénica) que narra.