No es posible acotar la memoria a una simple función cerebral cuya
labor consiste en conservar información, donde el recuerdo es la evocación del
pasado. Aún en los procesos puramente biológicos existe un elemento abstracto
que alberga misterio. La forma de percibir los tiempos pasados no puede
resultar tan simplista como trazar una línea en la cual avanzamos de forma
cronológica y con la que vamos dejando atrás lo que ya se vivió.
El vitalista Henri Bergson hace una propuesta que
escapa a esquemas rígidos, pues comprende que el hombre no vive su pasado
conforme éste transcurre. Si observamos la forma fragmentada, caótica y
atemporal en la que pensamos, sin dejar de lado las emociones, resulta obvio
que no hay fronteras tangibles entre pasado y presente. Si el propio presente
se vive a través de la percepción, entonces el ejercicio de ficción es el que
impera en nuestra experiencia.
Proust
propone que un elemento externo funciona como detonador de la memoria, que el
hombre, al entrar en contacto con un objeto, recuerda su relación con éste y,
por tanto, se desplaza a un pasado. Esta evocación ofrece una textura y una esencia de las cosas. Al
pasado, Bergson no lo concibe como
un salto a otra realidad, sino como un tiempo que habita en el presente y que
convive con él. O bien, un presente que también es pasado. Con el uso mismo del
lenguaje es evidente que, incluso, nuesta forma de definirnos y hablar de
nosotros mismos, en un presente, es a través del pasado. ¿Podríamos saber
quiénes somos si no tuviéramos memoria?
Sin embargo la realidad escapa al lenguaje (cualquier tipo), lo trasciende. Todas las posibilidades de contener o enmarcar sus formas se muestran imposibles y, la memoria, tan difusa e inconmensurable, es el reflejo de la realidad del hombre en el mundo. La vastedad, lo que queda fuera del alcance, es, precisamente, aquello que nos acerca a lo “real”.
El reconocimiento de una realidad vasta o
inaprehensible es lo que enriquece a la propia realidad. Bergson habla de cómo la realidad se
nos escapa de las manos y cae en los juegos de la imaginación; es así que
encuentra posibilidades de modelar lo real en el lenguaje.
Las
ideas de Bergson permiten comprender que los recuerdos que se expresan en el
presente, a través de la memoria, no son representaciones fieles de un pasado,
de una realidad que ocurrió en un tiempo pretérito. El pasado es una
recreación, es un ejercicio de imaginativo.
El flujo del tiempo no es percibido ni comprendido
en su totalidad sino a través de los cambios físicos que de él derivan. Con
esto quiero decir que, en la vida, hay una irrupción de la evidencia de lo
perecedero en lo cotidiano, como lo es la muerte de seres vivientes, el
desgaste y destrucción de los objetos, y la erosión del paisaje. Estas son las
muestras del transcurrir del tiempo, las cuales se “aparecen” a manera de
encuentro incómodo, pues lo perecedero es parte anatómica de la existencia.
La memoria entra en juego con la manera en la que
la finitud impregna la conducta humana. Es decir, convivimos cotidianamente con
la cualidad perecedera de los objetos y los seres vivos que nos rodean. Sin
embargo, el conflicto interno deriva en rituales como maquillar a los muertos
para que parezcan vivos, retrasar los procesos naturales del envejecer,
reemplazar objetos viejos por nuevos y conservar el entorno intacto y pulcro.
Estas conductas, con las que se muestra que el hombre no convive armónicamente
con el tiempo, componen la forma de vida moderna en la que no hay cabida para
mostrar la finitud, interiorizarla y cohabitar con ella de una forma orgánica.
Las fotos muestran a personas y escenarios de en
una época específica que, al momento de ser miradas, ya se habrán dispersado y
cambiado.
¿Cómo configurar un sentido de vida en un entorno
que parece estático y permanente, pero que en realidad es transitorio? ¿Cómo
dar sentido a una vida ligada a personas, animales, objetos y espacios que
mutan naturalmente y que desaparecen con el tiempo? La fotografía entra en el
juego de “fijar” el tiempo, detenerlo en una realidad que no es estática.
La cámara permite “democratizar” todas las
experiencias, traduciéndolas en imágenes. “Las fotos tienden a sustraer el
sentimiento de lo que vivimos de primera mano”, dice Sontag en On Photography, quien, además, expresa que “la fotografía no ha
sido inmune a las dudas modernas sobre su relación directa con la realidad”.
Sontag cree que la foto es el reflejo de la incapacidad para dar por sentado el
mundo tal como se le observa. Por ello, cuando cambia la noción de realidad, también
cambia la imagen. “Nuestra era no prefiere imágenes a cosas reales por
perversidad, sino por reacción a los modos en que la noción de real se ha
complicado y debilitado.”
Estas nociones de realidad se tiñen de fantasía,
sueño y también de fuerzas psicológicas. El hombre no puede mirar a la realidad
más que desde sí mismo. Quizás no como una interpretación, sino una concepción
propia, en donde las fotografías capturan esa realidad específica, que no es la
misma para los demás. Este funcionamiento vital desvela la gran verdad de que
el hombre es un ser profundamente solo en el mundo. No hay lenguaje que alcance
a compartir, en su totalidad, la propia experiencia de pensar un recuerdo, que,
además, no sólo recae en el cerebro. En realidad, el humano acompaña a otro
humano, como una suma de soledades, donde el recuerdo aparece como una
fotografía, a veces nítida, a veces nublada, que sólo quien la porta puede
mirarla desde dentro.
La fotografía no es más que una representación
pobre de la experiencia vital. La foto “transforma el mundo en partículas
inconexas e independientes. Y la historia se convierte en un conjunto de
anécdotas”, dice Sontag. En cambio, el hombre une la realidad fragmentada a
través de una narración propia, un impulso gestáltico con el que se pretende configurar una
sola historia con cierta lógica. La memoria es vital en este proceso humano de
ficción, que, sin duda, es un mecanismo de supervivencia.
“Cada uno de nuestros actos apunta hacia una cierta
inserción de nuestra
voluntad en la realidad”, dice Bergson, quien
encuentra a estos actos como fragmentos que componen un todo: “es un arreglo
comparable al de los trozos de vidrio que componen una figura caleidoscópica. (Obras
escogidas, 701)
Susan Sontag decía que en la sociedad moderna “el
descontento con la realidad se expresa con vehemencia en el anhelo de
reproducir este mundo”, como si sólo por mirar la realidad en forma de objeto,
ésta fuera -de verdad- real.
La fotografía es condescendiente con la realidad,
porque el mundo fotografiado “entabla con el mundo real una relación
esencialmente inexacta”, dice Sontag, la vida no consiste en momentos
estáticos, la fotografía sí fija a la vida en un solo tiempo y lugar. La imagen
participa del objeto representado, pero ésta no puede ser la realidad en sí
misma, sino una nueva realidad
Apariencia y realidad conviven en una misma imagen,
por lo que reflexionar sobre la experiencia verdadera y sobre el contacto con
“lo real” también se vuelve un acto de ficción.
La realidad por naturaleza es ambigua, pero sus
certezas son determinantes para el hombre, como su propia muerte. Por ello, la
memoria es una mediadora entre la ambigüedad y la certeza de que “todo acaba”.
La memoria explora otras posibilidades de percibir la realidad. Es decir,
dibuja una realidad que resulta “una otra”. Escenarios habituales y cotidianos,
al ser re-pesados, re-creados, re-cordados, hacen posible descubrir relaciones
diferentes de vincularse con el mundo. El ejercicio de la memoria también abre
nuevas rutas de pensamiento. Es así que el hombre puede transgredir su forma de
pensar a la muerte, por ejemplo.
Lo cotidiano, en realidad, nunca termina de ser
transitado, y lo extraño, misterioso y ambiguo pueden ser observados como
formas de una realidad más apegada “a lo real”.
Julio Cortázar en Carta
en mano propia asegura que
“la realidad no tiene nada de lógica”. Bergson habla del instinto y de la
intuición como formas de conocimiento que superan a la razón: “[…] lo que hay
de esencial en el instinto no podría expresarse en términos intelectuales y,
por consiguiente, ser analizado”. (La intuición en la filosofía de Henri
Bergson, 48)
La materialidad es también parte vital del hombre,
pues el ser humano no sólo es materia, sino que configura su realidad con ella.
Henri Bergson dice: “nuestro espíritu, que busca puntos de apoyo sólidos, tiene
por función principal, en el curso ordinario de la vida, representarse estados
y cosas.” (Introducción a la
metafísica, 339). La materia y las formas sensibles también se acompañan en
un flujo que imposibilita su fijeza. Siempre están en un “continuo devenir”.
Dentro
de lo cotidiano y material existe un flujo vital, un movimiento que
imposibilita fijar la realidad en conceptos rígidos. Incluso proyectar a futuro
le parece absurdo a Bergson:" la idea de leer en un estado presente del
universo material el futuro de las formas vivas, y la de desplegar de una vez
una historia futura, debe encerrar un verdadero absurdo (Obras escogidas,
731)
Los secretos de la realidad
se revelan a través de lo cotidiano y de su observación. Sin embargo no es
posible suponer que la fotografía puede comunicar un significado estable, o que
puede revelar la verdad. “La foto se fragmenta en verdades relativas”, escribe
Sontag. La foto es una manifestación del “yo”, por lo que también puede ser una
expresión solipsista de identidad.
La fotografía no es más que un pequeño grano de sal que alimenta
los laberintos de la memoria, los cuales siempre ofrecen la sensación de ser
infinitos y, a la vez, cercanos y muy presentes. La experiencia de vida se
acompaña de una memoria que aparece casi como una voz propia (orgánica, no
esquizofrénica) que narra.